sábado, 6 de octubre de 2012

Cita a deshora

         El chófer aparcó el Audi oficial a la puerta del Ayuntamiento, ocultando la señal de prohibido. Descendió primero el guardaespaldas. Cuando le abrieron la puerta trasera y pisó la hilera de cantos puntiagudos, sintió una incómoda sensación. Por un lado, la punzada en el recuerdo de los años fugados. Por otro, cómo negarlo, el temor a que los bajos del traje pudieran mancharse en aquel terreno descarnado.
         Alguien le había citado en el lejano pueblo que acogió su infancia archivada. Aún no sabía qué extraña amenaza le había llevado a aceptar aquel encuentro. En el fondo, deseaba volver al auto blindado y partir en silencio de allí, como hiciera treinta y ocho años atrás. El guardaespaldas le señaló la mesa de un bar sucio, bajo los soportales. Al menos, viajar de incógnito le permitiría, durante unos minutos, esquivar los molestos actos oficiales.
          Allí estaba el muchacho. Lo vio, de súbito, cuando iba a sentarse, mientras el guardaespaldas apartaba con remilgos las sillas más sucias y ajadas. Allí estaba, recostado sobre el muro terroso del bar, con la barba incipiente y ese gesto de perdonavidas que tanto le definía. Portaba todavía la ilusión en el marco de sus ojos, y la sutil inocencia de quienes no han sido aún puestos a prueba. Al hombro cargaba, por supuesto, aquella mochila con las hebillas marrones y un póster del Che.
         Ordenó al chófer que pusiera en marcha el motor. Debía huir de allí rápidamente. El imberbe joven venía hacia él con sonrisa de suficiencia, reflejando un presente de renuncias en las oscuras gafas de mercadillo. El auto arrancó, difuminando en la niebla del olvido el perfil de aquel adolescente que le miraba, retador. Por el retrovisor lo vio un instante, aún, mostrándole su mochila de hebillas marrones. Esa mochila por estrenar, todavía repleta de ideales.

3 comentarios:

  1. Lessing, que reunía en su compleja personalidad credos tan heterogéneos como la metempsícosis y la fe en la Ilustración, podía permitirse el lujo de decir aquello de que " llevados por las preocupaciones de una vida futura, los necios pierden la presente ". En cambio nosotros, extenuados protagonitas de una época que parece haber abatido todos los ideales, no tenemos más remedio que declarar " que llevados por las preocupaciones del presente, los necios pierden su vida futura y hasta su pasado ". ¿ Quién tiene la razón ? Se precisaría una perspectiva ultrahistórica, aunque a simple vista ambos testimonios concuerdan en un punto: que tratándose de asuntos humanos es inevitable hablar de la necedad.

    Un fuerte abrazo.

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  2. Me suena la fotografía de arriba. Volver a la infancia a veces da tanto vértigo, como asomarse a un precipicio.

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  3. Me ha gustado muchísimo. Ese viaje de ida y vuelta, donde uno sabe que todo pudo ser mejor o peor. De igual odo, impresiona.
    Besos, Amando

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