martes, 21 de enero de 2014

Imprescindibles

                                       
                                    Vio, y ayudó a ver, en aquellos tiempos de oscuridad obligatoria
                                           (Galeano, a propósito de Galileo. Extraída, precisamente, de su libro Espejos)

              Los amigos, la familia, algunos seres vagamente amados… Esencia de otredades pulverizada en espray sobre las cuarteadas axilas de nuestra existencia. La vida sin ellos –aseveran los manuales- resultaría incompleta, un puzle con las piezas desencajadas. Por pura cobardía, admitimos el axioma de su imprescindibilidad.
             
              
             Aceptémoslo, son necesarios, además de convenientes. Aunque no tanto por su función como por su ubicación: la latitud exacta de nuestra miseria.
            
             Los otros, ese infierno sartriano, siempre en medio. Se interponen, y eso nos salva, entre nuestra mirada y el espejo.


martes, 14 de enero de 2014

Genoma común



                                             Hay en mí un vacío atroz, una indiferencia que me hace daño   (Camus)


Vivir era sencillo, entonces.
Dividíamos el mundo
entre buenos y malos,
ricos y pobres, indios y americanos.
Todo encajaba, y los verdugos
tendían su conciencia
a orear en la soga del ahorcado.

Envejecer supuso
niveles altos de glucosa en sangre,
alguna cicatriz, y sobre todo,
intuir que en el cajón
donde se deshilaba nuestra historia,
Robin Hood era un sicario
que cobraba su mezquindad en negro.

Lo peor del tiempo era
su pátina que sepultaba estantes,
ver el polvo anegando
esa tosca embriaguez de barricadas,
el genoma común de la impostura.

Envejecer supuso
adivinar, aunque fuera ya tarde,
el rencor que subyace en la ignorancia.
Saber que en el baúl
de los juegos no quedaban ya indios
ni vaqueros, tan solo soldaditos
con el alma de plomo
y el gesto del vacío en la mirada.


Pretendía hoy señalar que, con el Río Ungría de la Diputación de Guadalajara y el Dolores Ibárruri, de Gallarta, recibidos en diciembre, se cerró mi esperpéntico carnaval de oropeles literarios dosmiltrece. Glorias y miserias, aquello de lo social, el talibanismo de café y wasap… Una cosa llevó a otra, y me atracó este texto sobre la caducidad de las categorías. Verdad, justicia y lucidez pisoteadas, entre quienes dicen defenderlas, con más saña que la empleada por aquellos que siempre las ignoraron. La cercanía atroz de los opuestos, especie de Janos anclados por la estupidez y la intransigencia. Todo discurso al respecto se podría resumir en una errática mueca de estupor, un perplejo signo de interrogación. 

martes, 7 de enero de 2014

OJOS

                                                                                                 ...el ojo arrodillado en la ventana
                                                                                                                                    (Juan Bello)   
        
             Estudié oftalmología. Pretendía desentrañar los secretos del ojo de las cerraduras, descubrir esa ganzúa mágica capaz de horadar todas las puertas.
        Me extravié, la vida es así. Acabé enredado, hilo siempre fuera del ojo de la aguja, perplejo nudo entre la terquedad del tiempo y la esperanza de remendar imposibles.
       Viajé, la mirada virgen. Desde mi soledad de ojo de buey, intuía el oleaje que acabaría por llevar a pique aquel crucero de ausencias, la agónica brazada de un navegante sin isla ni espejismos.

        Ahora uso gafas. Puesto a ver (a ver, por fin), me he introducido en el ojo del huracán. Apostado en mi presbicia, oteo el viento devastador. Viene hacia mí, enceguecido. Destruye todo a su paso, ese vendaval de soledad que los meteorólogos de las emociones llaman vida.