martes, 18 de febrero de 2014

La reflexiva soledad de Polo



   No podrás comprenderme si te digo
   que estoy a punto de morirme y solo

             Son versos de Leopoldo Alas (Mínguez), nombre que evoca a su tío abuelo, aquel de la Regenta. Conocí a Leopoldo en los desmayados veranos de nuestra adolescencia en Riaza, cuando la vida aún escondía promesas. Polo (así le llamábamos) siempre fue un chaval intuitivo, lúcido desde prismas diferentes. Alguien que miraba la vida en oblicuo, probablemente.
          Nos separó el tiempo, las miserias cotidianas, la inconstancia de los días.
           Años más tarde, alguien me trajo, dedicado con evocador cariño (y con idéntica memoria estival), uno de sus libros publicados. Lo reconocí, Polo, aquel precoz conocimiento de sus doce años. Ambos nos habíamos doctorado en desencantos. 
            Murió poco después, también en verano. Tuvo, y pongo aquí toda mi mohosa ironía, unas sentidas exequias. Funeral multitudinario, reseñas periodísticas, páginas in memoriam…
        
              Pienso ahora, en la madrugada de un sábado a destiempo, acerca de su anterior muerte, la reflejada en esos versos. Un solo sorbo de café y demasiadas preguntas. Demasiadas.
¿Dónde vagaban entonces quienes luego asistirían con gesto lacrimoso a esa parafernalia de pésames y abrazos?
¿Cuántas veces puede morir uno sin morirse?
¿Pude haberle llamado y charlar con él como aquella vez bajo el castaño de Indias?
¿Hubiera significado algo, a estas alturas, ese perplejo diálogo de moribundos?
¿Solo es palabra grave? ¿Ya no se acentúa?
¿Podría alguien comprender si le decimos…?
              Observo los posos al fondo de la taza vacía. Puede que ahí flote alguna de las respuestas. Cada vez más amargo, el café (solo). La sabia, la distante, la reflexiva soledad de Polo.

              Envié este texto privado la semana pasada a un entrañable (sale de las entrañas) amigo. Para él sigue siendo, por supuesto. Días después lo comparto aquí, como memoria de Polo, y de su soledad. Que es, letra arriba o abajo, la soledad de ese amigo, la mía también. La de cualquiera que se atreva a mirar, a mirarse.


martes, 11 de febrero de 2014

Levitación, o no

               

               
                  Confiesan mis amigos, con pudor,
que algunas madrugadas
me han viso levitar a palmo y medio
de la realidad.
                        No los escucho,
solo faltaba ya, que a estas alturas
del siglo veintiuno en mis costillas,
me quisieran subir a los altares
como un idealista.
                              Además,
sospecho que es el vino
o algo de insensatez lo que me impulsa
a creer que es posible
desnudar  la vida.
                               (Y que aún me excite).


martes, 4 de febrero de 2014

Chándal en la memoria



                      A Tomás le conmovía la barriga levemente elíptica de aquel chaval, el abandono flácido del elástico sobre la cintura del chándal. Se detenía, Tomás dentro de su traje impecable, mirando al muchacho gordo, frente al escaparate que exhibía repuestos para bicicletas. Observaba aquel cuerpo oscilante, su vaivén de músculos en fuga, los inversos pasos del tiempo hostil en esas piernas que marcarían para siempre las diez y diez.

             Al principio lo veía pasear con la abuela, un amasijo de retales negros sobre arrugas en desbandada. Tiempo después, era la madre quien lo acompañaba, quizá la abuela había partido de viaje. La madre tenía un gesto resuelto, propio de quien suele ocupar a la carrera el asiento libre del bus. El chico, sin embargo, mantenía una dignidad de perímetro al sol, como los tentetiesos que Tomás detestaba en su infancia.

           El día previo al retorno ensayó la prueba decisiva. Se detuvo junto al escaparate de repuestos para bicis. Cuando se cruzó con el adolescente en chándal, Tomás fingió un desvanecimiento. Se oyó pedir auxilio a la madre. Eso sí, sin acercarse a aquel individuo que tanto la perturbaba.

              Mientras un transeúnte le tomaba el pulso, Tomás alcanzó a ver al chaval, quizá por última vez. Tensaba con indiferencia el elástico del chándal, sin vislumbrar su porvenir de tipo serio, algo fondón pero elegante. Un tipo que se desvanecía de pronto, bajo los soportales, cuando no era reconocido por su propio ayer en chándal.