jueves, 27 de junio de 2013

Modelo desnuda

                          La modelo del pintor joven no cobra, paga por posar. Todos los días recibe al artista en la antesala de su dormitorio, junto al enorme vestidor laminado de espejos. Cuando caballete, lienzos y pinceles están listos, la modelo del pintor joven se desnuda. Durante unas horas, sin querer reparar en el ajado aviso de la piel -esa tristeza de carnes en declive-, posa en actitud sugerente, aprendida en su largo devenir por los clausurados museos de la vida.

            Acabada la sesión, se vuelve a vestir, con ayuda de la empleada de hogar. Luego, la modelo del pintor joven observa como él recoge sus bártulos y cubre, para que no se vea todavía, el lienzo a medio terminar. Hay un pacto, no asomarse al cuadro hasta que esté terminado. Se despiden ambos con un gesto tibio, como de complicidad. La modelo del pintor joven lo ve partir, con el cheque en el bolsillo y esa incertidumbre de contratado en prácticas. Un día más.


            Un día más, o quizá un día menos, hacia la belleza por recuperar, piensa la modelo del pintor joven. Hacia esa belleza que algún día despilfarró, desnuda también, por otros cuartos con otros vestidores. Hace de esto muchos años, demasiados quizá. Sucedió en un tiempo de plenitudes, cuando era tan joven como ese artista que –está segura- sabrá impostar con arte su retrato. Ese artista que conseguirá pincelar, para su ajada mecenas, una mentira sutil y desgarrada, una efímera mueca a la supervivencia.

             Hace demasiados años de todo, y la modelo del pintor joven no recuerda ya su figura de entonces. Esa figura que ahora cubre con un paño su desnudez entre el pavor del lienzo. Su desnudez de ayer, apenas desleída por los óleos de un presente en prácticas. 

viernes, 21 de junio de 2013

Haikus, sinkus, de Gimeno Montes

              Se ha entregado, también él, al haiku. Mi entrañable (el término es especialmente apropiado) Gimeno Montes se ha sumado a la haikumanía. Me lo explicaba el otro día, mientras admirábamos el florecimiento de adelfas en mi terraza urbana.

               
               

                   Hay notas en la                       
                sinfonía del sol
                que hablan de mí

                 

Danza festiva,
la sombra de la adelfa
mueve sus pies


     

                  Voluble, mi inseparable Gimeno Montes, como la primavera. Jarreaba sobre las aceras cuando, apenas un rato después, lo acompañaba al autobús. Se le había ocurrido estirar las versos del haiku (7-11-7) hasta estilizar su médula, inyectándolos además sentimientos en vena.  Mientras trataba de protegerle con el paraguas, me lo explicaba. Sinkus, los ha bautizado. GM es así. Por  cierto, acabamos empapados.

               


                  Me dejaste tu voz
                   en aquel mensaje de despedida,
                   la escucho todavía



                  Cabalgo en tu recuerdo
                  veredas de ausencia, me pierdo siempre
                  por las encrucijadas


sábado, 15 de junio de 2013

Semáforos, o De los azarosos efectos de la urgencia transeúnte sobre las (medias) naranjas




                Que no te recuerde no quiere decir, por supuesto, que no seas la mujer de mi vida. Simplemente, cuando los parpadeos del azar te iban a depositar en mi fugaz paso de peatones, el semáforo cambió a verde. Y yo, por aquel entonces, siempre tenía prisa por no llegar.

lunes, 3 de junio de 2013

Gallinas, picoteando

             Terminada la merienda, mi abuela se levantaba de golpe y sacudía con energía el manteo para que cayeran al suelo las migas acumuladas sobre la larga saya. En pocos instantes –lo intuyo más que lo asevero, porque en aquel tiempo no existían en mi vida segunderos- el suelo de barro recocido era un  hervidero de gallinas picoteando briznas de alimentos ajenos. Las había pardas, orgullosas, con una cresta levemente carmesí. Otras tenían una liviandad ocre, con plumas herejes en el dorso. Comían con ansia, conscientes de la urgencia de lo humano, de lo avícola, quiero decir. Algunas de ellas,  aún inconscientes de su futuro, oirían desde el caldero las campanas sonando a fiesta de la Virgen de agosto. 


            Como ahora tengo prohibido el pan, y además he acumulado la educación suficiente para comer encima del plato, ya no caen migas a mis suelos de parqué. Pero, ya ven, sigo fiel a mis comportamientos ancestrales, temeroso quizá de interrumpir la cadena sicoalimenticia. Sigo, seguimos, propiciando el atroz picoteo de la nada, devorando desechos de los otros, canibalizando sentimientos y miserias ajenas, viviendo flecos de vidas anteriores. Pero lo hacemos de forma rutinaria, sin ansia, convencidos de nuestra inmortalidad. Creyendo, en nuestra ignorancia, que el mundo gira alrededor de nuestra altiva cresta…        
      
         Tenían una carne prieta, las gallinas. Y propiciaban caldos opacos, intensos, llenos de aroma a miga candeal y placeres efímeros. Ahora el pollo viene envasado al vacío. Al vacío, recalco el término, y con fecha de consumo preferente. Es el único tipo de caducidad en que creemos todavía. Antesdefinde. Hay algo de velada advertencia en los envases de pollo, antesdefinde… Eso pienso, mientras sacudo las olvidadas migas de mi pantalón gris marengo, y admiro la sabiduría de mi abuela.