Podía ver mi
propia operación reflejada en los focos del quirófano. El vidrio esmerilado del
reflector situado sobre mi abdomen hacía de pantalla. Me encontraba sereno,
como si observara, desde una camilla, la intervención de otro. Es lo que tiene
la epidural, pensé, mientras oía a todos aquellos cuerpos embatados en verde,
comentar el último partido de España en el Mundial.
Así, pude ver con claridad como me recolocaban
la hernia inguinal, afincando luego en mis tripas una malla protectora.
También, y eso me extrañó más, como el cirujano extraía entre mis tripas un
pedazo de materia viscosa, que creí identificar como mi alma. La observó un
instante, sin interés. Luego, la depositó sobre la bandeja de los residuos.
Pasaron a suturar, tarea concluída.
-Menos mal que Iniesta siempre aparece
–comentó alguien a quien no pude reconocer, estaba fuera de mi foco delator.
-Menos mal –asintió el enfermero jefe.
No me quedó más remedio que coincidir
con su opinión. Los seres des-almados, contra lo que se cree a menudo, tendemos
a ser mucho más condescendientes. En las cuestiones importantes, se entiende.