... Bebo otra vez, y dejo caer el resto
de cerveza, lentamente, sobre la fotografía. Debo despedirme de la mentira de
los sextobés. En un instante apenas, se desdibujan los recuerdos entre un
charco dorado. Quizás, a estas alturas, Gómez Recio está enfermo, sometido a
radiaciones en algún cuarto aséptico. Merino puede ser un honrado y triste padre
de familia, Juárez un divorciado en crisis, y Heras, un empresario que, cada
día, elige una corbata a juego con su traje gris de superviviente. ¿Qué decir
del padre Ródenas? Deduzco que estará
muerto, pero de vivir tendría más de cien años, y ya no podría levantar al
flaco León –ahora menos flaco y menos rebelde- agarrándole por las patillas.
Quizá, de una forma u otra, todos,
también yo, que no me reconozco en la foto, estemos muertos. Es muy posible,
cavilo mientras saco otro botellín de la nevera y degüello su chapa como si
fuera un recuerdo. A tres metros de mí, sobre la mesa lacerada, esa
cartulina del pasado se retuerce en humedades, desdibujando para siempre
aquellos rostros de sextobé. Buenos tiempos, aquellos, aunque entonces no fuéramos
capaces de comprenderlo. Bebo, ustedes comprenderán.