Después de muchos años de investigación
oculta, he conseguido al fin diseñar una máquina del tiempo. Aquí la tengo,
lista para mi primer viaje. Es curioso, siempre pensé que, en una situación
así, retornaría al pasado, sucumbiría al impostado dulzor de la nostalgia, habitaría de nuevo las conocidas vidas de los
personajes conocidos, comprobaría por mí mismo la veracidad de las líneas escritas
en esa milonga que hemos dado en llamar historia.
Sin embargo, no lo haré. No
viajaré hacia atrás, hacia esas letras prisioneras entre renglones paralelos.
De nada serviría, además. En todo caso, a eso del mediodía, pasaré un rato a comer las patatas
fritas que mi abuela freía en silencio sobre una trébede de hierro, en aquel
lar con olor a leña y a chorizo ahumado. Luego, sin despedirme, pulsaré la
tecla del futuro, el único libro donde todo está aún por escribir.