El aprendiz de poeta acababa de cumplir tan sólo dos añitos cuando, en 1957, un tal Gerardo Diego abrió el acto de las primeras Justas Literarias del campurriano lugar de Reinosa. Ahora, con canas en la barba y en el recuerdo, ha recibido la XLVIII (48, para entendernos) Flor Natural correspondiente a este año, de mano de una casi adolescente reina de las fiestas.
El aprendiz de poeta, cuando lo felicitan, suele repetir que el mérito es de ellos, organizadores, jurados, bibliotecarios, algunos ayuntamientos, asociaciones literarias, delegadas de Casas del Cultura (amiga Elena, tú sí que eres un premio)..., que intentan mantener el rescoldo de lo poético bajo la extinta hoguera de la desidia y el abandono.
El aprendiz de poeta sigue creyendo que los muchos que escribimos apenas significamos nada, pero que la vida no sería igual sin esos pocos que leen, o que instan a otros a leer. Sobre todo, no sería igual para ellos, que descubren a veces el lado oculto de nuestras palabras, el auténtico, posiblemente. A ellos dedica, el aprendiz de poeta, esta Flor Natural que, dicho sea de paso, se le está quedando, ya, algo marchita.