Junto a las piedras de la
vesícula, le extirparon por error un par de recuerdos nostálgicos y una rebaba
de conciencia incrustada en los conductos del ayer. Riesgos de la litotricia,
concedió, maquillando con rímel su íntimo alivio. Como es lógico, demandó a
médico y clínica. Aprovechó los trece mil euros de indemnización para hacerse
una artroscopia del vacío y disfrutar un crucero por los fiordos noruegos.
Tras una biopsia emocional, la
clínica recurrió el veredicto. Al parecer, los recuerdos de la paciente se
hallaban tapiados por millares de imágenes televisivas de prime time, y el
fleco de conciencia presentaba una necrosis antigua, como de parvulario.

Sus hijos (profesionales de la
cirugía, el seguro y la biología marina, respectivamente) cobraron seiscientos
mil euros de la naviera. Olvidaron pronto el suceso, y nunca admitieron que
disfrutar a tope de toda esa riqueza supusiera un conflicto ético. Aunque poco
importaba, a esas alturas, con la memoria vesicular de su madre conservada en
formol. Lo mismo que su vida.