Cuando
paseábamos de la mano, ¿recuerdas?, bajo aquel olmo frondoso, al dorso pétreo
de la iglesia basílical, solíamos imaginar como sería nuestro futuro en común.
Giraba, claro, alrededor de aquel árbol que simbolizaba como nada en el mundo nuestro
amor adolescente. En nuestra predicción, casi meteorológica, nos tumbábamos a
la sombra protectora de sus hojas en verano, veíamos filtrase un rayo helado de
sol en los inviernos, acechábamos la tardía llegada de las primaveras. Siempre
juntos, eso se daba por descontado.
Ahora, en este atardecer
solitario, de otoño por supuesto, mientras observo su tronco carcomido y sus
desnudas ramas, recuerdo aquellos sueños de un amor incierto. Comprendo y acepto
con resignación lo que pasó después. Cuando descubrimos que todo aquel tiempo de
amores eternos, todo aquel período primaveral de amor bajo el olmo frondoso, imbéciles
de nosotros, le habíamos estado pidiendo peras.
Desde hace algún tiempo pienso que la eternidad tiene que ver con un presente en continuo avance. Quién sabe, en ese avance lo mismo acaban apareciendo peras de las ramas de un olmo...
ResponderEliminarMe ha gustado el intimismo melancólico del relato.
La relación entre vida y escritura es tema resbaladizo y no quisiera deslizarme por una de sus pendientes. El escritor trasmuta su fatalidad ( personal o histórica ) en un acto libre: En una creación. Esta creación transforma las circunstancias personales en escritos maravillosos, como el que nos regalas, una vez más. El hombre es el olmo que da siempre peras increibles...
ResponderEliminarUn abrazo.
En esos tiempos de juventud se puede pedir cualquier cosa, ya la vida se encarga de ir haciéndonos más realistas. Bonito relato, me ha gustado especialmente el enfoque de las distintas estaciones del año. Un saludo
ResponderEliminarEl olmo no da peras, es cierto, pero tarde o temprano uno acaba descubriendo su particular belleza. A pesar de la carcoma y de las hojas caídas. O tal vez precisamente dentro de ellas.
ResponderEliminarY ya se sabe que, no todo el monte es orégano, y que hasta segar "tó es yerba" Es lo que tiene la primavera. Que nos emborracha de verde.
Precioso relato.