Al
otro lado de la mampara, un cuerpo emborronado en gel y mediodías. Hace unos
minutos me pertenecía, nos pertenecíamos el uno al otro, bajo esa tozudez de amantes con su rostro abierto al vendaval del
desapego. Yo disfruto esos ratos, macerado en los músculos de ese cuerpo,
explorando el cauce de sus humores como un conquistador de territorios
membranosos. Pero también me aburre, tan presuntuoso en su dinámica de sístoles
y digestiones, estúpido conjunto de engranajes con el destino tatuado.
Por eso, aprovecho los momentos más
íntimos para abandonarle, La ducha, por ejemplo, ya lo he dicho. Pero también,
los esbozos de sexo, las tardes frente al espejo herrumbroso, el instante de ese
vago gesto al abrir un contenedor amarillo. En esos momentos, puesto en fuga,
aprovecho para mirarlo. Sin que él me vea, claro, sus ojos tienen un alcance
limitado, y además arrastra un fleco de presbicia al por menor. No sé, un día
de éstos, lo mismo decido emanciparme. Vivir sin ataduras, ya me entienden.
No, no piensen que pretendo mudarme a
otro cuerpo distinto. A estas alturas, con lo que tengo visto, prefiero la
soledad de las alcantarillas, el paso errante sobre los callejones sin destino
fijo, la ausencia de humores y miserias. Un día de éstos, ya veré... Ahora debo
prepararme, ya sale de la ducha, y no quiero que me vea, así, como si estuviera
murmurando a sus húmedas espaldas. Además, está tan atractivo, con su pelo brillante
y ese olor a gel y mediodías…