Al llegar a la
página doscientos setenta y nueve, Abel Quesada estaba exultante. Se encontraba
de excelente humor, la vida le sonreía con blancura de dentífrico, de hoja por
escribir, sería más apropiado. Por fin –en el capítulo previo- Abel Quesada había
encontrado la felicidad, el esquivo amor que tanto venía buscando durante
millares de renglones. La angustia de tiempos pasados parecía desvanecerse ante
un futuro prometedor, esta vez habría final feliz.
El futuro, ese incierto parámetro
en la literatura y en la vida. Como personaje de ficción, dependía de su autor, y
su autor sufrió un ictus repentino que le impidió culminar la novela. Abel
Quesada quedó allí, ante el pavor de la página en blanco que habría sido la
doscientos ochenta. Los restantes protagonistas del bestseller, anclados como
él en un archivo word que nadie editaría, lo miraban a distancia de líneas con expresión
burlona.
Algunos de ellos sabían, además,
que el insigne autor tenía previsto acabar con Abel Quesada por medio de un
ictus repentino en el siguiente capítulo. Tanto nadar para morir en la orilla,
habría pronunciado el personaje de haber tenido opción a un siguiente párrafo.
La crítica siempre había destacado en el autor la ausencia de finales felices.
Excelente.
ResponderEliminarAbel Quesada, de todos modos, aunque el best-seller tenga 280 páginas y muera de un ictus, merecería que se conociera el resto de sus andanzas previas, a modo de edición.
Y no digo más.
Realidad y ficción unidos en un breve y magistral relato.Veo que estás en una gran época creadora. ¡Qué no pare! Un saludo
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