Había viajado demasiado y, de algún
modo, aquella mañana intuyó que era momento de volver. Se dirigió a la puerta
de embarque, donde una larga fila de individuos de aspecto cansado se despedían
de sus desolados familiares. Cuando llegó su turno en el control de equipajes,
al contrario que tantas veces, sintió alivio.
Con afectada educación, el agente de
seguridad le pidió que fuera dejando todos los objetos en la bandeja contigua
al arco detector. Poco a poco, empezó a extraer el contenido de bolsos,
riñoneras, neceseres. Amontonó también cartas, juguetes, fotografías rancias.
Finalmente, vació también los bolsillos. A medida que depositaba aquellos
restos inútiles del pasado, se sentía más liviano. Comenzó a desatarse las
botas, se quitó la cazadora, anillos y reloj grabado también…
Siguió así durante un confuso período
que le pareció liberador. Varios jirones de un alma en desbandada fueron lo
último que depositó ante el escáner. Sonrió hacia dentro. Ahora sí, estaba
preparado para volver a casa. Desnudo, como cuando partió.
Grande, Amando.
ResponderEliminarMe encanta. Desnudo, "como los hijos de la mar"
ResponderEliminarLiberador, sí y emocionante.
Besos, Amando
¡Qué serenidad en las imagenes de esta parábola!
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte, Amando.