Volvía al
pueblo, una tarde cualquiera, tachonada de olvidos, cuando oyó doblar las
campanas. El sonido era inconfundible, lo había escuchado ya tantas veces, ese
toque cadencioso. Puso el tractor en primera. Al alcanzar el palomar junto a
los huertos, vio pasar la comitiva. Tan abatidos todos, tan formales, con ese
gesto compungido de quien, en cierto modo, se siente avisado.
Tan formales, todos, incluido él,
con su traje menos raído, estirado de una forma impropia. Y rígido, constató
además. Tumbado con ese gesto ausente, tan habitual en aquel impostor
que tanto se le parecía. Torció hacia la fuente de los tres caños, pensó
rociarse con agua el rostro convulso, que quizá no era ya su rostro. Demasiado
tarde, sospechó, suele ocurrir siempre. Se había calado el motor. Quería creer
que estaba vivo, un hombre más que vuelve de faenar en el campo.
Un hombre emergiendo entre un secano
de ayeres agostados, un hombre que ve pasar la muerte junto al palomar. Un
tractor que se cala, vacío de pronto, sin nadie a sus mandos. Una tarde
cualquiera, tachonada de olvidos.
A veces me pregunto si cuando llegue ese momento nos darémos cuenta de que abondanamos nuestro "tractor calado".
ResponderEliminarMuy bueno y reflexivo tu relato.
Un abrazo grande,
Eva.
Reconocerse en esa comitiva, ver la muerte y cómo sucedió. Genial la historia que encierra este micro!!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y buen finde.
¡Perfecto!
ResponderEliminarMe ha encantado la forma de plantear la historia. Con los sentidos como hilo.
Muchas veces pienso si podremos hacer eso que describes y cómo nos sentiremos (¿o ya no se podrá sentir?)
Me quedo contigo
Saludos
Su último paseo, ausente, sin saberlo.
ResponderEliminarInsuperable.
Abrazos Amando
Un texto inquietante, querido Amando. Por más que lo intentemos, no podemos sortear a la parca. Ya ves, se cala el motor.
ResponderEliminarMuy bueno. Más besos.
Aviso: puede ocurrir en cualquier momento que el motor se cale.
ResponderEliminarHermosos los ayeres agostados y toda esa escena de pueblo.
Y al fin descubrió que las campanas, esa tarde, doblaban por él.
ResponderEliminarUn abrazo triple. Feliz fin de semana
Ahí, avisando siempre.
ResponderEliminarPero no la veremos desde fuera (creo).
Creo que haber encontrado tu blog ha sido un verdadero hallazgo, asi que me llevo el link para no perderte de vista...
ResponderEliminarun cordial saludo.
ResponderEliminarFascinante. Inquietante.
Posible... por qué no?...
Una visión o incursión a esa realidad otra que intuímos con mas o menos intensidad, y que tal vez, tal vez...
Me apasiona.
Musu bat
Ayeres olvidados? No compi, nunca se marchitará nuestro recuerdo, por mucho que la de la guadaña lo intente. Si puede. Si es que la dejamos. Me encanta.
ResponderEliminarFelicidades Armando por el relato. Ese desadosiego en el que envuelves al protagonista para darse cuenta al final que el muerto es el resulta magistral.
ResponderEliminarLa muerte es algo tan comun como inesperado, pero al fin y al cabo es algo inherente a nosotros que debemos aceptar.
Un saludo.
Como nos cuesta escapar a la rutina, a veces ni la muerte consigue arrancarnos... me pregunto, ¿estaremos aquí realmente?
ResponderEliminarSea como sea, un abrazo Amando, de mí, o de mi olvido.
Aquí lo que quiere reflejar el autor, creo yo, es la vida provinciana, las personas que se dedican a las tareas del campo, pasan tantas horas en sus quehaceres que no se acuerdan de "vivir", pierden la noción del tiempo, aunque son conscientes de ello, a veces no reparan en el descuido de los demás aconteceres de su vida. Es curioso como uno de los acontecimientos al que nunca fallan, siempre asisten, es al acompañamiento en el sepelio de un vecino del pueblo. En cada uno de esos funerales se ven a sí mismos, pero piensan que todavía les queda tiempo... y siguen trabajando día a día inmersos en esa rutina. Un abrazo.
ResponderEliminarEs bastante complicado olvidar algo cuando permanece en el tiempo entre líneas. Y eso, sólo a veces, es una verdadera putada. Lo de no olvidar, digo.
ResponderEliminarPese a todo, un gran relato.
Me encanta sumergirme entre tus letras.
Un abrazo :)
Una experiencia que no me gustaria pasar: ver mi propio entierro, :)
ResponderEliminarSí era demasido tarde para reaccionar,para vivir!
Bicos, Amando.
¿Quién sabe? Quizá la muerte sea eso: otra dimensión, otro espacio, otro tiempo...
ResponderEliminarBesos.
Parece haber mucho significado en este texto, aunque yo no lo sepa sacar a la luz. No obstante, lo siento, ahí, latiendo entre las líneas.
ResponderEliminarExcelente, Amando, ese autodescubrimiento aún incrédulo. Muy buen relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sin comentarios.
ResponderEliminarQuizá la muerte no sea otro estado que vernos desde otra dimensión. A saber... Eso sí, de momento no me interesa descubrirlo.
ResponderEliminarUn abrazo, Amando.
Esa campana, ese palomar... Estación términi, estación de partida, o viceversa.
ResponderEliminarDe pronto...
ResponderEliminarMe gustó leerlo y mucho
Abrazos
María Estévez.
Impresionante como nos llevas hasta la muerte sin darnos cuenta. Ese tractor sin nadie a sus mandos, se caló hace mucho...
ResponderEliminarUn abrazo y un placer conocerte.
Estupendo! Simplemente una joya. Somos y dejamos de ser en una milésima de segundo. Así de frágil es la historia. Y luego la campana seguirá redoblando.
ResponderEliminarDa vértigo descubrilo, no? Un saludo admirado, mi amigo!
P/D: Voy a verificar en Blogger porque tus actualizaciones no están apareciendo.
Yo que llevo muerto no se cuantos año puedo constatar que uno se entera de todo. Sucede exactamente como al personaje de tu relato que da un ligero escalofrío la primera vez pero luego llega la costumbre y la muerte continúa.
ResponderEliminarUn abrazo Amando.