Podía ver mi
propia operación reflejada en los focos del quirófano. El vidrio esmerilado del
reflector situado sobre mi abdomen hacía de pantalla. Me encontraba sereno,
como si observara, desde una camilla, la intervención de otro. Es lo que tiene
la epidural, pensé, mientras oía a todos aquellos cuerpos embatados en verde,
comentar el último partido de España en el Mundial.
Así, pude ver con claridad como me recolocaban
la hernia inguinal, afincando luego en mis tripas una malla protectora.
También, y eso me extrañó más, como el cirujano extraía entre mis tripas un
pedazo de materia viscosa, que creí identificar como mi alma. La observó un
instante, sin interés. Luego, la depositó sobre la bandeja de los residuos.
Pasaron a suturar, tarea concluída.
-Menos mal que Iniesta siempre aparece
–comentó alguien a quien no pude reconocer, estaba fuera de mi foco delator.
-Menos mal –asintió el enfermero jefe.
No me quedó más remedio que coincidir
con su opinión. Los seres des-almados, contra lo que se cree a menudo, tendemos
a ser mucho más condescendientes. En las cuestiones importantes, se entiende.
Yo creo que no era el alma, esta se encuentra cerca del corazón, entre los pulmones, y no es viscosa, más bien es oscura y no se deja arrancar fácilmente. No abandona su víctima hasta que no acaba con ella... es así de caprichosa.
ResponderEliminarEnhorabuena por un nuevo relato-sorpresa...
¡Qué bueno! Tampoco creo, que se tratara del alma. Me ha gustado mucho y espero que ya estés estupendamente, si ha sido el caso. Un beso.
ResponderEliminarAun cuando fuera el alma (¿entre la tripa????) no seriás condescendiendente con cosas menos importantes que el fútbol, como la ironía, el humor, o si fuera el caso me voy a otros parajes. ¿Hasta luego?
ResponderEliminarCaro amigo:
ResponderEliminarCreo en el alma y en Dios.
Y si a cada uno nos pudieran extirpar el alma quizás descubririamos que probablemente nos hemos servido de todas nuestras virtudes para cometer todos nuestros pecados.
Un abrazo fuerte.