Frontera portuguesa, tierras de
Alcántara. El poeta recibe otro premio. Más de lo mismo, lo contará otro día.
La ermita de Santa Ana, a rebosar de gente, muchos escuchan en pie la lectura. Emotivo,
pero. Alcalde, concejales, jurados, restantes premiados. Valioso esfuerzo por
la cultura en tiempos grises, se agradece. Laureles, aplausos, trofeos,
pequeñas glorias, fanfarrias destinadas al olvido.
Esa noche, en su cama cortijera, el
poeta siente un extraño resquemor, el hálito de lo incompleto. Si la felicidad
fuese un soneto, faltaría la rima perfecta. No es él, aún no es él, diría Humet
si viviera. Ladra un cachorro negro sobre las vanidades.
La pieza que completa el puzle de la
vida. El verso con la métrica de lo imposible. El momento para la magia, para
la gloria recibida de quienes todo lo entregan, de quienes te abren su corazón y lo
rellenan de embutido. Del otro premio, del formal, ya hablará otro día. Ahora se
queda con la memoria de esa bolla y el cariño de estas gentes. Junto a una
mesa, unos amigos. Panadería Ramírez, poema en el horno.