De vuelta a casa, le invadió un acre olor a humedad. Presintiendo el desastre, revisó techos, escudriñó rodapiés, olisqueó con pavor el fregadero. No encontró pistas hurtadas a la angustia, desconchones que perfilaran alguna velada amenaza. Buscó en las páginas amarillas teléfonos de fontanería urgente. En una de ellas, le prometieron una visita para esa misma tarde.
Más tranquilo, se dirigíó al cuarto de baño. Le sacudió una soledad de estantes, un aviso de huellas circulares sobre las repisas de la ausencia. A caballo ya del escalofrío, miró receloso hacia el espejo azogado. Éste le devolvió la imagen lacerada de aquella ansiedad en barbecho, una certidumbre de abandonos escurriendo por los azulejos color crema.
Llamó al fontanero y anuló la cita.
¡Precioso! El lirismo de este micro texto me ha fascinado.
ResponderEliminarMe temo que las humedades que sufre el protagonista no se curan con un fontanero.
Un abrazo grandote y solar.
La ansiedad se sobrepone a las ausencias y a los azulejos color crema. Me ha gustado.
ResponderEliminarSaludos
Un texto capaz de erizarnos la piel, de encogernos el corazón. Como quiere Karmelo C. Iribarren: "Es la vida sucediendo en un poema". Chapeau! Un abrazo y a seguir escribiendo para ese todo que somos cada uno.
ResponderEliminarMuy bueno. Soledad, abandono, ausencia... Gran poema , un beso
ResponderEliminarSin un adiós, abandonos que dejan "goteras"
ResponderEliminarEse acre de humedad, producido por tanta adversidad en el interior de nuestro ser, provoca fisuras en el alma. Esta humedad condensa manchas de dolor, a veces imborrables. Solo queda, recubrir nuesto futuro de esperanza que borrará a medias las secuelas del pasado.
ResponderEliminarEse sí que lleva sorpresa final. Muy curioso, Amando. Un beso
ResponderEliminarLlevas razón, Amando. Escribir es dejar de ser escritor.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Abrir las ventanas para quitar estas humedades en los sesos, en el corazón, en la mente será un remedio mejor que la visita del fontanero. Y cuidado con el mercurio pernicioso del espejo.
ResponderEliminarQué relato más sabio. El reconocimiento de la soledad. Qué dificil escribir sobre eso y qué bien has sabido mostrarlo.
ResponderEliminarMe descubro.
Menos mal que anuló la cita, ¡con lo caros que son los fontaneros! ;)
ResponderEliminarabrazo sin olores rancios, poeta
Es muy triste, Amando, muy triste...pero quizá reconociéndose pueda empezar a reconstruirse también.
ResponderEliminarBesos,
Los redondeles del estante huelen a soledad y olvido.
ResponderEliminarCírculos como topos de un faralaes de ausencia.
Encontré un fontanero que aún lleva esparto, plomo y desatrancador en barra que quizá tiña las cañerías de vida nuevamente. Con gusto le he dirigido a tu blog con instrucciones precisas de que pregunte por un no escritor.
Un abrazo.
Puede que haya que decir lo contrario leyéndote, al fin y al cabo: Un escritor sin obra es un escritor fantasma en los dos sentidos...
ResponderEliminar¡Hay tantas humedades que no arreglan los fontaneros!
ResponderEliminarPreciosas y muy emotivas tus entradas, gracias por compartirlas.
Inusitado final.
ResponderEliminarEsas humedades no las arregla ningún fontanero...
Un abrazo.
Demasiadas humedades tiene el alma para que un fontanero te las solucione.
ResponderEliminarPrecioso...Abrazos
Comparto la opinión de tristeza, pero también la paradoja de no llamar al fontanero, que seguro tendrá que hacerlo tarde o temprano. Lo importante es arreglar las cosas, sin demora... pero es la realidad muy bien marcada en unas palabras emotivas, sinceras y cargadas de incertidumbre.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Anular la cita con el fontanero, tirar la toalla en la lucha absurda con lo cotidiano cuando precisamente es eso, lo cotidiano, lo que ha dejado de tener sentido...quizá hace ya demasiado tiempo.
ResponderEliminarBrillante relato
Gracias.
Fantástico relato Amando. Me encantó.
ResponderEliminarBonito microrelato, Armando, con un profundo sentido en su significado.
ResponderEliminarMi admiración por tu manera de transmitir.
Un beso.