Subí corriendo
los escalones, ahora sí tenía prisa. A estas alturas de lo nuestro, me urgía
llegar pronto a la cita. Ella vivía en un segundo y no merecía la pena esperar
el ascensor. Cuanto apreté el pulsador del timbre, un incierto temblor me percutía
desde los gemelos hasta la coronilla. Lo atribuí a los muy empinados tramos de
escalera. Ella respondió, como siempre, diligente. Antes de que yo pudiera recuperar
el resuello, abrió la puerta.
De cerca, resultaba algo diferente, más
cálida y sensual. Aún sonreía cuando me invitó a entrar. Intuí algo parecido a
unos dedos acariciando mi espalda con ternura. Las imágenes que circulaban de
ella no le hacían justicia. Era, desde luego, mucho más atractiva de lo
previsto. A estas alturas, yo había dejado ya de resoplar. Antes de que la cosa
fuera a mayores y apareciera el primer síntoma de erección, quién sabe si de
enamoramiento, alcancé a descubrir un detalle que me pareció anómalo.
-Verás, pensé que para nuestro asuntillo
de hoy… Bueno, no sé…, llevarías una guadaña.
-Es cierto, la olvidé -balbució una disculpa,
y ahora sí me pareció hermosa de verdad-. Si esperas un momento, iré por ella.
(Podría continuar, o no)
(Podría continuar, o no)
Amando, aunque veas la firma del comentario como Flamenco Rojo, en realidad soy Pepe Gonce.
ResponderEliminarUn abrazo y enhorabuena por el texto.
Siempre hay que preguntar, por si acaso. A veces las apariencias engañan.
ResponderEliminarUna subida al segundo cielo.
ResponderEliminarQué sorpresa este micro tuyo. Me ha gustado muchísimo. Me alegra asimismo, llegar de viaje y encontrar aquí en tu rincón, el estupendo texto y mejores amigos.
ResponderEliminarMuchos besos con sabor a mar, vivos!