Contemplaste en silencio como se
consumaba la violación. El penetrante abrazo, la despiadada soltura de la
costumbre al removerse en el cuerpo de ella. Todo fue rápido, como siempre.
Luego, algo se desplazó y tú decidiste huir, aprovechando la confusión del
momento.
Ella, la cerradura, no interpuso
denuncia alguna. El llavero, ignorante aún de su incierto futuro después de lo
sucedido, se tumbó a descansar en el bolsillo. Y tú, cómplice necesario del
hecho, tras comprobar que la puerta estaba completamente cerrada, te alejaste
para siempre.
Los vecinos, que también
callarían, te observaban desde las mirillas de sus pisos. Bajabas los escalones
sin hacer ruido, como un furtivo. Parecías –tú también- un violador, y quizá lo
eras. Del ayer. De tu ayer, abandonado ahora en el pasillo, al otro lado de
aquella cerradura.
Certera metáfora y prosa.
ResponderEliminarSaludos.
Genial.
ResponderEliminarSabemos servirnos de lo que hicimos en el pasado, pero casi nunca de lo que fuimos...
Un abrazo.