Contemplaste en silencio como se
consumaba la violación. El penetrante abrazo, la despiadada soltura de la
costumbre al removerse en el cuerpo de ella. Todo fue rápido, como siempre.
Luego, algo se desplazó y tú decidiste huir, aprovechando la confusión del
momento.

Los vecinos, que también
callarían, te observaban desde las mirillas de sus pisos. Bajabas los escalones
sin hacer ruido, como un furtivo. Parecías –tú también- un violador, y quizá lo
eras. Del ayer. De tu ayer, abandonado ahora en el pasillo, al otro lado de
aquella cerradura.
Certera metáfora y prosa.
ResponderEliminarSaludos.
Genial.
ResponderEliminarSabemos servirnos de lo que hicimos en el pasado, pero casi nunca de lo que fuimos...
Un abrazo.