Estaba empezando a teclear en la
tableta mi escrito de reclamación cuando reparé en el rostro de la mujer, al
otro lado de la ventanilla. Desde el andén, me miraba con aquel gesto que yo
había archivado en algún bolsillo interior de cualquier traje antiguo. Perjuicio irreparab, quedó escrito en la
pantalla, mientras alguien parecido a mí descendía del tren para hacer frente a
una promesa incumplida.
Ella me recibió con un pescozón
que encerraba todo la comprensión posible ante el filial olvido. Las madres
emplean complejos mecanismos para mostrar los flecos de su cariño. Mientras
abandonábamos el andén, camino de otro tiempo, aún tuve tiempo de ver pasar
velozmente el AVE, incluso pude distinguir en uno de los fugaces vagones, la
mirada perdida de quien me suplantaría cuarenta años después, la mirada de un
ser perdido, viajando sin destino, eso sí, a doscientos noventa y tres
kilómetros por hora.
La persona bien formada es la que en su infancia ha aprendido de sus padres lo que debe ser y, llegada la madurez - el olvido de sí mismo, de esa infancia -, puede aprender de ellos lo que no debe ser.
ResponderEliminarUn abrazo.
Viaje en el tiempo, en la foto de color sepia.
ResponderEliminarUn pezcozón (acabo de aprender esta palabra).
Buenísimo...
ResponderEliminarVengo de la página 999 caracteres o menos, de leer y releer algunos de los textos. El último (o sea el primero que aparece) me parece genial. Ojalá algún teólogo lo descubriera y considerase toda la hondura y verdad que encierra.
Lo digo aquí, porque allí no se puede decir, jeje.
Abrazos.
Me gustó mucho el relato, quienes fuimos...quienes somos?
ResponderEliminarTe dejo saludos.