Hacía rato que debería haber coronado ya la cumbre de aquel ocho mil. Nieblas
y ventiscas dificultaban la localización exacta de la cima. Continuó la
ascensión. En algún momento, tuvo la sospecha de que la montaña se estiraba
para su mayor gloria. Decidió seguir subiendo, sería el primero en escalar
aquel pico que crecía y crecía, hacia una
meta tendente al infinito.
Cuando su reserva de
oxígeno empezaba a escasear, apareció una fugaz visión ante sus ojos nevados.
Allí, un poco más arriba, coronando la ignota montaña que superaba todos los
récords, había alguien. Creyó reconocer al odioso alpinista danés, su principal
competidor en las alturas. No, nadie podía arrebatarle la gloria de ser el
primero en hollar la nueva cima del mundo. Cuando llegó a su lado, sin siquiera
mirarlo, lo despeñó.
Al bajar a la
civilización, con la gloria y la fama en la mochila, se encontró un gran
revuelo. Al parecer, Dios estaba muerto. Había caído desde su elevado trono,
sin que se supiera aún el motivo. La excitación humana por el nuevo
universosindiós, anuló todo interés por la montaña recién descubierta. Adiós
gloria, adiós fama. Se sintió desdichado, nada de lo que hacía acababa
importando a los demás.
Intrigante, trágico e irónico. ¡Gran historia en pequeño formato! Un saludo
ResponderEliminarTodos tenemos puntos ciegos. Sólo vemos a costa de nuestra ceguera. Dios que tanto ha visto y a quien nadie ha visto, no tiene zonas de sombra en su visión..., Y, sin embargo, ahora, por fin ahora, apremiado por su muerte,tiene algo: Nada enseña al hombre más que la muerte y el paso del tiempo. Lo que hay dentro, eso hay fuera...
ResponderEliminarUn abrazo.