No había
remedio. A la vuelta de aquel viaje finsemanero, un biombo de silencio y
desamor parecía haberse instalado allí mismo, entre los dos asientos
delanteros, un biombo apenas vertebrado por la palanca de cambios. Ya no se trataba de nuestras miradas, sino de sus ojeras y mi rimel.
Un instante después, el monovolumen se detuvo en seco, averiado (también,
pensé) en mitad de una niebla desolada. Ramón salió al arcén, desesperado,
buscando auxilio. Empezó a llamar por teléfono como un poseso.
En algún momento, mientras se
encontraba especialmente alejado (recalco lo de especialmente), apareció San
Antonio. Me pidió disculpas, su trabajo en estos tiempos estaba lleno de
riesgos, la estadística de fracasos le estaba generando un larvado sentimiento de culpabilidad. Arregló
el coche (era mucho más fácil que buscar novio, dijo) y saludó con un gesto ambiguo cuando me vio partir al volante. Aún alcancé a ver su perfil dubitativo,
apenas un borrón en la niebla, mientras yo iba dejando atrás, en segunda, aquel biombo, el último fracaso del santo, a Ramón tecleando su móvil…
Y casi todo mi pasado, pensé mientras abatía, para siempre, el
retrovisor.
Genial, Amando! !Genial! Has expresado maravillosamente los sentimientos que se producen cuando se crea un muro infranqueable- para el que no hay llave- entre dos personas que aún estando físicamente cercanos, se viven ya muy lejos. Vidas que se cruzaban y ya son paralelas.
ResponderEliminarBesos,
¡Qué bueno!
ResponderEliminarSaludos dominicales.
Me encantó! nada mejor que un buen corte para lo que no tiene remedio...
ResponderEliminarun cariño,
Lo que nunca debería olvidar el Santo que se complace al realizar un pequeño gesto solidario es que su acción ha sido sólo un paliativo, un remedio eventual, lo que significa que o bien lo repite una y otra vez, es decir, sostiene con su efímero gesto un amor que deplora, o bien hace algo para acabar definitivamente con él. Todo lo que sea sentirse complacido con la más mínima acción es caer en la hipocresía. Si uno se siente en deuda por los que sufren por el amor sólo le queda la alternativa de luchar por acabar de una vez por todas con ese sufrimiento. No hay, o por lo menos no se conoce, otra forma de ser culpable ni de sentirse responsable...
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Entrada tras entrada me sorprendes gratamente Amando.
ResponderEliminarAhora con un perfecto retrato sobre la fatídica rutina que nos enreda en historias sin solución, donde hemos acabado deseando que una invención, extraña y divina, nos saque del agujero de un empujón, incapaces de dar el paso por nosotros mismos.
Un abrazo.
Wow! Me encanto! Cada relato tuyo lo veo... no se como explicar, es como que me lo imagino todo. Sos genial Armando!
ResponderEliminarGracias por tu visita y tu comentario en 'cuanto sé de vos'.
ResponderEliminarTe leo y me gusta esa ironía que descubro en casi todos los textos.
Te sigo y te leeré.
Un abrazo.
Espléndido relato, como todos los tuyos. Lo de San Antonio hasta resulta creíble. Mira tú que traer al pobre santo a una autovía y ponerlo a arreglar un coche... Qué alivio, seguramente para los dos, pero quiero pensar que el santo se decantó por la chica por aquello de la cortesía debida, que un hombre al fin y al cabo es eso, un hombre, y puede quedarse en la carretera con un palmo de narices.La imagen de abatir el retrovisor,me parece excepcional: hala, a dejar atrás el pasado sin volverse a mirar.
ResponderEliminarMe encantan sus casi microrrelatos.¡Se puede decir tanto con tan pocas palabras...! Ahora bien, para eso hay que tener un estilo muy depurado, mucha experiencia y saber qué es lo esencial y qué lo superfluo.
Aquí, que no me oye nadie, te confesaré una cosa: de mayor quiero escribir como tú.
Un abrazo.
Que hermoso relato, como me envuelven tus palabras, es muy lindo :)
ResponderEliminarAbrazos
Dicen que el matrimonio cura el amor, la rutina también. El santo pone un poco de comprensión pero se necesita un coche nuevo.
ResponderEliminarAbrazos saltarines
Un blog hermoso. Es un placer leerte. Yo también me quedo.
ResponderEliminarSalud
ResponderEliminarMe gusta tu poesía pero tus relatos me parecen también excepcionales.
Dime, qué eres: narrador que escribe poesía o poeta que escribe relatos?...
Abrazos
Cada vez me quedo entre risas y amargura. Voy a encender velitas a San Antonio por si a caso. Será ese santo que inspiró la idea de estos retrovisores abatibles.
ResponderEliminarBonito relato Armando, un tanto triste, pero emotivo a la vez.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias mi querido Armando por tu visita a mi pequeño rincón....."A flor de piel"
ResponderEliminarHe paseado por tus letras y me han cautivado, tu poesía, tus relatos que pareciera que estoy viviéndolos yo misma a la vez,,,,,,,jajaajj
Un beso y feliz semana,
Cuanta verdad tienes en tus palabras. Me encantó.
ResponderEliminarLa vida, a veces, da soluciones que hay que coger al momento.
ResponderEliminarMuy bueno, con pocas lineas has desarrollado una situación con moraleja incluida, :)
Un abrazo.
Tienes el don de hacernos sentir identificados con tus palabras. Y eso es muy grande. Recíclate, reutilízate, pero no te tires, lo haces muy bien.
ResponderEliminarUn abrazo
jajaja i por fn San Antonio jaja voy hacer lo mismo que pasa muy bueno en fin , lo unico que no tiene remedio es la muerte, muy bueno me gustú, un abrazo amigo desde mi brillo del mar
ResponderEliminarAmigo Amando: He estado leyendo tus últimas obras y veo que sigues con tu gran talento para emocionar, divertir, sorprendernos. ¡Enhorabuena y un fuerte abrazo!
ResponderEliminar