martes, 18 de marzo de 2014

La inquilina (variaciones en la aproximación a una rareza insoportable)



                    En algún momento de su vida, quizá durante la imprecisa juventud, se le infiltró una idea. Ocupa, desde entonces, su cerebro. Dirige sus pasos, ordena el trastero de su existencia. Le hace infeliz, sin duda, en ese mundo rebosante de felices seres sin ideas.
         También le hace peligroso, entre tantas mentes inofensivas. La autoridad le controla a distancia. Él sabe, y acaso espera, que un día le obligarán a pasar por el quirófano para extirpar esa patología al acecho, la imprevisible amenaza entre neuronas.
            Pero la peor pesadilla siempre está dentro. Su idea, vengativa y cruel como corresponde, le aborrece. Torna su vida insufrible, le amarga los días sin disimulo. Proyecta en secreto abandonarle, aprovechando un rato de lectura, la digestión de una fabada, el partido de fútbol a media tarde.
             Parecería que la intrusa alberga, a su vez, otra idea única: desinstalarse para siempre de su opresor, diluirse en el escepticismo, en el vacío, incluso. No soporta la rareza, esa lacerante diferencia del ser donde habita de inquilina.
                        Probablemente -las especies en extinción son así de gregarias-  tampoco soporta la soledad. 


lunes, 10 de marzo de 2014

De amor y cerraduras


                                                                Parece que vinieras de una casa sin nadie
                                                                                      (Ángel García López)


Quizá el amor sea esa puerta abierta
a la que el tiempo añade
cerrojos oxidados.
                               Hoy te vi
y apenas pude ya reconocerte,
nada nos pertenece
en esas latitudes que frecuentas,
excavadas las cuencas de tus sueños
entre la ingravidez
de un recuerdo huido y ceniciento.


A pesar de todo, quise entrar
-el pasillo hacia ti seguía abierto-,
sentí tus pasos leves
recorriendo de nuevo aquellos días…

Cierra la puerta, dijiste,
y me besaste,
                     desde dentro
amar  no necesita cerraduras.


Accésit  Urb. Mediterráneo, Cartagena. Marzo 2014

martes, 4 de marzo de 2014

NICOLÁS MULLER, mirada en tránsito

                 
                       Me llamo Nicolás, soy húngaro, y miro. Mis ojos comienzan a reflejar asombro ante ese desolado universo que me rodea. Miseria de campesinos, sudor espeso en manos aradas, hambre que va anegando un pueblo resignado. A los trece años, por mi “bar micvah”, alguien me regala otra mirada, una ICA 6x9 de placas, mi primera máquina de fotos.

          Me apellido Müller, soy judío, y observo. Ni las callejas de Montmartre ni las cuestas de la Alfama son ya refugio seguro para mi vista. El poder considera el objetivo de mi cámara un arma mortífera. Ser judío no es mi única condena, dejar imágenes  de la dolorosa realidad es un delito mayor, imperdonable. Huyo, otra vez, sin entender el absurdo que acecha al otro lado de mis lentes. Me extirpo la diéresis, ese símbolo que recuerda los ojos del horror.

                Me llamo Nicolás Muller, soy apátrida, y descubro. Por los callejones de Tánger el universo muestra todos sus rostros, la colorida imagen de las cosas. Por mi visor transitan figuras sin enfocar, velos que desvelan interiores, gestos indecisos al filo de la luz. O de la sombra. Hay algo que late ahí fuera, y el diafragma de mi Rolleiflex puede modular el ritmo de ese latido, extraer su esencia cotidiana. Empiezo a comprender.
     
            Ignoro ya cómo me llamo, soy quien no ha sido, y veo. Veo, al fin, en este valle asturiano. Justo ahora que casi he perdido la vista y los recuerdos. Desencantado de palabras desvaídas, pero comprometido con mi sed interior. Escucho, ahora escucho. Música clásica y el rumor del Cuera. La sinfonía de verdes que me ofrece la tierra difumina este tránsito al olvido.             
        
           Dejo, para alumbramiento de otros ojos vírgenes, mi mirada. Huérfana ya, sin nombre ni apellidos. Mostrando al dorso de su pasaporte esa huella imprecisa de la vida.
     


(En memoria de Nicolas Muller, fotógrafo de la luz. Orosháza 1913-Andrín 2000)          



martes, 18 de febrero de 2014

La reflexiva soledad de Polo



   No podrás comprenderme si te digo
   que estoy a punto de morirme y solo

             Son versos de Leopoldo Alas (Mínguez), nombre que evoca a su tío abuelo, aquel de la Regenta. Conocí a Leopoldo en los desmayados veranos de nuestra adolescencia en Riaza, cuando la vida aún escondía promesas. Polo (así le llamábamos) siempre fue un chaval intuitivo, lúcido desde prismas diferentes. Alguien que miraba la vida en oblicuo, probablemente.
          Nos separó el tiempo, las miserias cotidianas, la inconstancia de los días.
           Años más tarde, alguien me trajo, dedicado con evocador cariño (y con idéntica memoria estival), uno de sus libros publicados. Lo reconocí, Polo, aquel precoz conocimiento de sus doce años. Ambos nos habíamos doctorado en desencantos. 
            Murió poco después, también en verano. Tuvo, y pongo aquí toda mi mohosa ironía, unas sentidas exequias. Funeral multitudinario, reseñas periodísticas, páginas in memoriam…
        
              Pienso ahora, en la madrugada de un sábado a destiempo, acerca de su anterior muerte, la reflejada en esos versos. Un solo sorbo de café y demasiadas preguntas. Demasiadas.
¿Dónde vagaban entonces quienes luego asistirían con gesto lacrimoso a esa parafernalia de pésames y abrazos?
¿Cuántas veces puede morir uno sin morirse?
¿Pude haberle llamado y charlar con él como aquella vez bajo el castaño de Indias?
¿Hubiera significado algo, a estas alturas, ese perplejo diálogo de moribundos?
¿Solo es palabra grave? ¿Ya no se acentúa?
¿Podría alguien comprender si le decimos…?
              Observo los posos al fondo de la taza vacía. Puede que ahí flote alguna de las respuestas. Cada vez más amargo, el café (solo). La sabia, la distante, la reflexiva soledad de Polo.

              Envié este texto privado la semana pasada a un entrañable (sale de las entrañas) amigo. Para él sigue siendo, por supuesto. Días después lo comparto aquí, como memoria de Polo, y de su soledad. Que es, letra arriba o abajo, la soledad de ese amigo, la mía también. La de cualquiera que se atreva a mirar, a mirarse.


martes, 11 de febrero de 2014

Levitación, o no

               

               
                  Confiesan mis amigos, con pudor,
que algunas madrugadas
me han viso levitar a palmo y medio
de la realidad.
                        No los escucho,
solo faltaba ya, que a estas alturas
del siglo veintiuno en mis costillas,
me quisieran subir a los altares
como un idealista.
                              Además,
sospecho que es el vino
o algo de insensatez lo que me impulsa
a creer que es posible
desnudar  la vida.
                               (Y que aún me excite).


martes, 4 de febrero de 2014

Chándal en la memoria



                      A Tomás le conmovía la barriga levemente elíptica de aquel chaval, el abandono flácido del elástico sobre la cintura del chándal. Se detenía, Tomás dentro de su traje impecable, mirando al muchacho gordo, frente al escaparate que exhibía repuestos para bicicletas. Observaba aquel cuerpo oscilante, su vaivén de músculos en fuga, los inversos pasos del tiempo hostil en esas piernas que marcarían para siempre las diez y diez.

             Al principio lo veía pasear con la abuela, un amasijo de retales negros sobre arrugas en desbandada. Tiempo después, era la madre quien lo acompañaba, quizá la abuela había partido de viaje. La madre tenía un gesto resuelto, propio de quien suele ocupar a la carrera el asiento libre del bus. El chico, sin embargo, mantenía una dignidad de perímetro al sol, como los tentetiesos que Tomás detestaba en su infancia.

           El día previo al retorno ensayó la prueba decisiva. Se detuvo junto al escaparate de repuestos para bicis. Cuando se cruzó con el adolescente en chándal, Tomás fingió un desvanecimiento. Se oyó pedir auxilio a la madre. Eso sí, sin acercarse a aquel individuo que tanto la perturbaba.

              Mientras un transeúnte le tomaba el pulso, Tomás alcanzó a ver al chaval, quizá por última vez. Tensaba con indiferencia el elástico del chándal, sin vislumbrar su porvenir de tipo serio, algo fondón pero elegante. Un tipo que se desvanecía de pronto, bajo los soportales, cuando no era reconocido por su propio ayer en chándal.

martes, 21 de enero de 2014

Imprescindibles

                                       
                                    Vio, y ayudó a ver, en aquellos tiempos de oscuridad obligatoria
                                           (Galeano, a propósito de Galileo. Extraída, precisamente, de su libro Espejos)

              Los amigos, la familia, algunos seres vagamente amados… Esencia de otredades pulverizada en espray sobre las cuarteadas axilas de nuestra existencia. La vida sin ellos –aseveran los manuales- resultaría incompleta, un puzle con las piezas desencajadas. Por pura cobardía, admitimos el axioma de su imprescindibilidad.
             
              
             Aceptémoslo, son necesarios, además de convenientes. Aunque no tanto por su función como por su ubicación: la latitud exacta de nuestra miseria.
            
             Los otros, ese infierno sartriano, siempre en medio. Se interponen, y eso nos salva, entre nuestra mirada y el espejo.


martes, 14 de enero de 2014

Genoma común



                                             Hay en mí un vacío atroz, una indiferencia que me hace daño   (Camus)


Vivir era sencillo, entonces.
Dividíamos el mundo
entre buenos y malos,
ricos y pobres, indios y americanos.
Todo encajaba, y los verdugos
tendían su conciencia
a orear en la soga del ahorcado.

Envejecer supuso
niveles altos de glucosa en sangre,
alguna cicatriz, y sobre todo,
intuir que en el cajón
donde se deshilaba nuestra historia,
Robin Hood era un sicario
que cobraba su mezquindad en negro.

Lo peor del tiempo era
su pátina que sepultaba estantes,
ver el polvo anegando
esa tosca embriaguez de barricadas,
el genoma común de la impostura.

Envejecer supuso
adivinar, aunque fuera ya tarde,
el rencor que subyace en la ignorancia.
Saber que en el baúl
de los juegos no quedaban ya indios
ni vaqueros, tan solo soldaditos
con el alma de plomo
y el gesto del vacío en la mirada.


Pretendía hoy señalar que, con el Río Ungría de la Diputación de Guadalajara y el Dolores Ibárruri, de Gallarta, recibidos en diciembre, se cerró mi esperpéntico carnaval de oropeles literarios dosmiltrece. Glorias y miserias, aquello de lo social, el talibanismo de café y wasap… Una cosa llevó a otra, y me atracó este texto sobre la caducidad de las categorías. Verdad, justicia y lucidez pisoteadas, entre quienes dicen defenderlas, con más saña que la empleada por aquellos que siempre las ignoraron. La cercanía atroz de los opuestos, especie de Janos anclados por la estupidez y la intransigencia. Todo discurso al respecto se podría resumir en una errática mueca de estupor, un perplejo signo de interrogación. 

martes, 7 de enero de 2014

OJOS

                                                                                                 ...el ojo arrodillado en la ventana
                                                                                                                                    (Juan Bello)   
        
             Estudié oftalmología. Pretendía desentrañar los secretos del ojo de las cerraduras, descubrir esa ganzúa mágica capaz de horadar todas las puertas.
        Me extravié, la vida es así. Acabé enredado, hilo siempre fuera del ojo de la aguja, perplejo nudo entre la terquedad del tiempo y la esperanza de remendar imposibles.
       Viajé, la mirada virgen. Desde mi soledad de ojo de buey, intuía el oleaje que acabaría por llevar a pique aquel crucero de ausencias, la agónica brazada de un navegante sin isla ni espejismos.

        Ahora uso gafas. Puesto a ver (a ver, por fin), me he introducido en el ojo del huracán. Apostado en mi presbicia, oteo el viento devastador. Viene hacia mí, enceguecido. Destruye todo a su paso, ese vendaval de soledad que los meteorólogos de las emociones llaman vida.
    

martes, 31 de diciembre de 2013

Con A de Ana (Montojo)

Despedir con la A un año que intentamos sobrevolar,

Ese fracaso que nos sobrevuela,
la sensación de no ir a ningún sitio
donde alguien nos espere,
tu soledad, la mía, los dos solos
cada uno en un mundo lejanísimo.


No son versos ni soledades mías (ya quisiera), sino de Ana Montojo, de su atrevimiento,


Hoy, me atrevo a decir que te han amado
como una ensoñación, como una huida
como la única forma de vivir
o de sobrevivir a la tristeza.




superviviente del sinsentido,


Todo tuvo un sentido cuando entonces,
cuando redecoramos nuestra vida,
cuando nos envolvía
la cálida belleza de los sueños;
pero ya no,
ahora se han secado los geranios
todo lo cubre el polvo y la amargura
nuestras cosas
se han vuelto trastos viejos sin oficio,
inútiles objetos testigos del desastre.
 

Tengo las alas rotas pero voy a volar
sin lastres ni cadenas.


lo cotidiano, ella misma entre ruinas o lodazales, 

Tengo que descubrir entre las ruinas
la esencia de mí misma
no es posible que se haya diluido
en el agua estancada de mis lágrimas.


                             como si mordiera la vida, como si mordiera,

                                         No quiero tener ganas de morirme,
                                               tengo mucho que hacer
                                               para perder el tiempo en victimismos
                                               voy a seguir en pie
                                               con la mirada puesta en un futuro incierto
                                               y enseñando los dientes a la vida.


Ana, a este lado del futuro incierto, mirando (de frente, claro),

Mirar de frente es mucho más cómodo
que mirar de reojo o de costado,
duele menos el cuello y la conciencia
aunque ocurre que a veces
una se queda con el alma al aire
y se muere de frío sin remedio


entre el frío y la muerte de aquellos, de estos, de todos los días...

Porque hay días que no sólo se pierden
sino que matan otros muchos días,
los que vienen más tarde
y ya nacen enfermos de rabia y de tristeza.


Ana Montojo.    http://elhumociegamisojos.blogspot.com.es/




martes, 24 de diciembre de 2013

Era festivo (versión sui-génesis para navidad)


               
            El séptimo día, descansó. Pero resultó ser navidad, y no había fútbol. Aprovechando la dejación divina, se amotinaron en el belén un puñado de figuritas horneadas la víspera y recién maceradas en espumoso. Enarbolaron banderas y acabaron clavando  las astas en el barro, aún informe, de sus compañeros de creación.

      Esa festividad fue declarada por los agnósticos el Diasindiós. Para los antropólogos, sin embargo, significó la dispersión por la tierra del homo sapiens. Ése que canta villancicos mientras se debate entre el dolor ajeno y la resaca.


martes, 17 de diciembre de 2013

Alto en el camino


..te busco porque puede que hayas vuelto
del barniz oxidado de las cosas,
comentan que una vez fuiste feliz
viendo correr la vida en los estadios,
empeñada, quizás, en perder siempre,

me he puesto el alma azul, y si te encuentro,
me sentaré a tu lado, sin besarte
la esquiva soledad que te aureola,


tú dirás que es temprano, que aún hay tiempo
para almorzar mecidos por la ausencia,

luego me acompañarás hasta ese cruce
donde no importan los navegadores,
y me verás partir,
                              bonito encuadre
en tono sepia, el sendero y un hombre
fugitivo, sin sueños ni mochila,
que se aleja de ti, y de tu consuelo,
sabiendo que no va a ninguna parte.

                                                                                 (Fragmento)  
Del poemario Esa vida en blanco y negro

martes, 10 de diciembre de 2013

Asiento trasero

                
                Cuando voy en coche, siempre escojo los asientos traseros. Las nucas en silueta de mis acompañantes me resultan, con diferencia, más apasionantes que los desfiles de árboles alienados, alineados en su monotonía de arcenes. Además, desde mi observatorio puedo evaluar los comentarios y los silencios de los demás, sin que me confunda la impostura de sus gestos. No sé, viajar en las plazas de atrás me produce una sensación de oculto poderío, algo así como asistir a una resonancia de almas ajenas a través de su propio cogote.

         Lo más curioso de esta costumbre es que los otros no se aperciban jamás de este acecho a su desnudez. Desde la soberbia de sus asientos delanteros, miran permanentemente hacia el futuro. Una y otra vez la carretera, esa ficción del porvenir que parece desplegarse ante sus ojos. Para ellos, alguien como yo solo existe en el retrovisor interior, ése al que nadie hace caso. Pobres infelices, ignorantes en viaje hacia la nada, no hay espaldas en sus vidas.
              

martes, 3 de diciembre de 2013

Palabras imposibles


Toda la vida haciendo crucigramas,
perfilando palabras imposibles
en verticales bien uniformadas,
y aún no sabía
como se conjuga el verbo del cariño,

no era capaz, en solo siete letras
de dar gracias al goce de la vida,
o pedir perdón, en la once horizontal,
como un enamorado
masculino, feliz y singular.



Del poemario Esa vida en blanco y negro, premiado en el Certamen Hermanos Caba, de Arroyo de la Luz. Allí compartí, el pasado sábado, velada y cena con Chelo Sierra, Ángel Mario Fernández, y el hondo poeta de Manzanares Manuel Laespada, entre otros. Vaya mi agradecimiento a los arroyanos por sus atenciones y su cariño.


martes, 26 de noviembre de 2013

Tonto de remate

       
             Soy moderadamente imbécil, o eso parece. Miro cuadros con los ojos cerrados, mordisqueo el hueso de las aceitunas, persigo autobuses fuera de las paradas. Mi familia me ha dado ya por irrecuperable, y el médico de cabecera me receta colecciones de  ansiolíticos con cuyos envases voy construyendo el puzle de mi otra vida.
             Ahora bien, soy consciente de que no debería dibujarme a medias tintas. Es más, para no seguir fingiendo, reconoceré que soy rematadamente idiota. Mucho más de lo expuesto arriba. Colecciono empanadillas a medio freír, leo periódicos de la semana que viene, y –cuando me explican las delicias del amor- finjo que escucho con atención, como si creyese que algo así pueda existir.

martes, 19 de noviembre de 2013

Esa vida en blanco y negro


Cerró el periódico, la miró a los ojos
que aún surcaban regueros del olvido,
y dijo aún puede ser…
                                    
Ya no llovía
sobre los canalones de los sueños,
y tenían el tiempo por delante,

tiempo de esperanza en las aceras
para quien, como ellos,
tan ignorantes de su propia dicha
de rutina y baño compartidos,
aún podía ser… 
                            Para ellos,
espectadores de sesión de tarde
que gustaban la vida en blanco y negro.  



En el pueblo alemán de Bad Hersfeld, cerca de Rotemburg, se puede contemplar a estos viejitos como petrificados.   A los del poema, si se mira bien, se los encuentra en cualquier lugar...


martes, 12 de noviembre de 2013

Una errata más

               Perseguía erratas sin descanso, era su obsesión. Coleccionaba defectos de imprenta, tanto en lujosas ediciones únicas, como en multitudinarias tiradas de bolsillo. Llegó a acumular miles de ellas en aquel baúl, un tropel desordenado de frases extraviadas, letras confundidas y vocablos en pleno desvarío.
          
      Cuando consideró que su obra estaba a punto de terminar, abrió la tapa del arcón, exhibió ante el espejo su sonrisa más escéptica, y se introdujo dentro. Siempre había sido consciente del lugar al que pertenecía.


El tipo de la imagen -quien, por cierto, poco tiene que ver con el protagonista del micro- es Julio Silva, diseñador de la primera portada de Rayuela, en 1963. (Fotografía de Rafa Francés)

martes, 5 de noviembre de 2013

Stabat mater mientras duermes



                                                          À Catherine Beaume, mon amie...


Pergolesi y yo esperamos
que te levantes esta mañana tibia,
inventada de torpes primaveras,

cuánto anhelo de labios
enmascara esa música doliente,

duermes en el silencio gris, a nueve metros
del cuarto donde escucho
a la madre rasgada que aún implora
milagros al alba incierta, 
                                          ella y yo
siempre esperando   
resucitar un rostro del olvido


Os dejo esta versión, ciertamente emotiva, de René Jacobs y Sebastian Henning. 
http://www.youtube.com/watch?v=rJhN93xscnw




martes, 29 de octubre de 2013

Recomponer la partida

           
       
            En mitad de la vaca decisiva, la sota de espadas atraviesa el corazón del jugador de mus y se pone en fuga. Las cartas con figura son así, parece. Mientras la UVI móvil evacua el cuerpo desangrado, sus compañeros debaten con angustia las posibles alternativas ante la situación creada.


         La solución encierra una incógnita difícil de despejar. Pueden reanudar el juego, encontrar un sustituto para la víctima… Pero, ¿cómo recomponer la baraja, ahora que uno de sus naipes –ése sí, irreemplazable- huye del mazo, sospechoso de asesinato? ¿Cómo reanudar el juego, si falta una de esas incertidumbres de cartón con las que solemos envidar al futuro?



martes, 22 de octubre de 2013

Lo tarde que amanece en este invierno

                
Te vendrá a visitar,
más tarde, la vida. Tú habrás huido
entre los calendarios…

                 

                                              Ese crujir de hojas
                                              barridas al caer del almanaque,
                                              como si fueran tiempo


Lo que nadie nos dijo
es que esta soledad de invernaderos
se agudiza en verano

                                                          
                                                              Cada tarde cogía
                                                              el autobús, sus ojos empañados
                                                              del trayecto al hastío

                         
Recuperas la imagen
de aquellos años, cuando no imaginabas
un futuro entre nieblas
    

                                                 
                                                   Continuaré diciendo
                                                   lo tarde que amanece en este invierno
                                                   tan oscuro y tan largo…


Del poemario Lo tarde que amanece en este invierno, XXXIII Premio Villa de Sonseca, Octubre 2013