martes, 27 de mayo de 2014

Es posible que ya no sea tu barrio


                                                               Volví a casa, pero no era mi casa   (Juan Bello)

Has vuelto. Hastiado, confundido,
el tiempo te ha traído de regreso.
Sabes que nada queda
de aquellos callejones con farolas
donde la noche era siempre una promesa.

Huele tu barrio a soledad y orines
-es posible que ya ni sea tu barrio-,
y donde estuvo tu hogar ahora se anuncian
rebajas de entretiempo.
                                      Son las tuyas.
Piensas que, si te apuras,
todavía encontrarás de saldo
las mentiras que un día te acunaron.

Aunque ya no te importe. Ni tu ayer,
ni el pasado escrito en esas líneas
paralelas de tu caligrafía.
Aunque ya no te importe
desembalar ese temblor a rayas
del aprendiz en besos y pupitres.

Aunque ahora tu sonrisa sea ceniza,
rescoldos de aquel tiempo
donde amor era más que un sustantivo.

Este texto, que me permitió compartir celebración y antología del I Certamen  Umbral de Poesía, en Valladolid, se inicia con una cita de Juan Bello, poeta gallego que mañana recibe en La Casa Encendida el premio de Poesía Joven de RNE. Os dejo enlace a su imprescindible blog:
La imagen corresponde a una vivienda de La Prospe, mi barrio, en Madrid.

martes, 20 de mayo de 2014

Mujer, desde el puente


                                                                       A modo de prólogo

                                                     Dejó en el pupitre
                                                              -junto a sus trece años-
                                                              un vuelo breve
                                                             de trenzas advirtiendo
                                                             que era ya hora de olvidos
                        
                           
Esa mujer, pongamos, se abrocha los recuerdos
en la cima del puente, una esquirla de viento
agita su bufanda, los soplos de memoria
traen un caudal de sueños ya perdidos, el cauce
burlesco del arroyo cuando el futuro aún
no construía puentes donde mirar despacio
tanta carrera ciega…
                                 Ordena sus cabellos,
piensa que un día de estos -cuando no haya más ríos
donde mirarse dentro-
                                      irá a teñirse el pelo.
Aún hay tiempo, murmura, no debe apresurarse,
hace tiempo que el mar,
                                      que el mar,
                   que el mar
ya no la espera.

                                                              2º  Premio, Malpartida de Cáceres, Abril 2014 (Fragmento)



martes, 13 de mayo de 2014

De la entomología aplicada al sueño


            Cuando Gregorio Sánchez despertó esa mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró convertido en Subsecretario de Fomento. Durante todo el día trató de asimilar su nuevo estado, con incierto éxito. A la noche, rebuscó en la estantería aquel viejo ejemplar en rústica, icono literario de su juventud progre. Comenzó a leerlo tumbado. Se durmió en la página diecisiete.

             La mañana siguiente, Gregorio Sánchez amaneció periodista. Pasó a ser tertuliano de prestigio mediático, orgulloso fantoche capaz de crear, o destruir, opinión ajena. La jornada resultó ardua también, apenas compensada por los siete minutos escasos que disfrutó la lectura del texto interrumpido la noche anterior. Durmió profundamente.

             
               En días sucesivos, el alba lo atrapó convertido en ejecutivo bancario, cantante de concursos televisivos, parlamentario con la mayoría, deportista de élite, empresario de impor-expor o novelista comprado por el éxito, entre otras vidas, igual de ajenas. Eso sí, todas las noches, Gregorio Sánchez leía unas páginas de aquella inquietante fábula que le permitía dormirse pronto y en paz. En la paz de los insectos. Entonces, Gregorio Sánchez soñaba.

             Soñaba, rescatado de su atroz vigilia, con aquellos lejanos y felices tiempos donde un ciudadano de bien sólo podía despertarse metamorfoseado en cucaracha. 

martes, 6 de mayo de 2014

Re(visiones) para antes del zapeo



Supongamos que tuvo algún sentido
tirar la dignidad
como si fuera un bote de cerveza,
decíamos entonces
que lo primero era sobrevivir,
salir a flote de las escombreras
donde acechaba el hambre
entre esa ingravidez de los anhelos,

supongamos, insisto, que bastaran
excusas camufladas de heroísmo
para seguir fingiendo
que todo estaba bien, que renunciar
era vestirse en tonos de estrategia,
demos por demostradas
todas las teorías sobre los interiores
con su hogar de llama justiciera
donde hacernos creer que éramos otros,

digamos que fue así, y que algo queda
de aquellos sueños en sentirse libres
de cinco a ocho, los martes por la tarde,
consuela mucho hacer
inventario de cuanto nunca fuimos,
el tiempo y sus secuelas
sedan la decepción en nuestras mesas,
insisten en negarnos un pasado,
su agónica medalla a nuestra lucha
-esa que casi siempre postergamos
porque no era el momento-,
la insignia que atraviesa otras renuncias,


creamos, de verdad, que hemos logrado
cambiar el mundo
al mismo ritmo que nuestros calcetines,
que la cuenta corriente
de nuestra integridad tiene su saldo
en positivo, lo mismo que el del banco,
que nada hemos perdido en el camino,
salvo quizá la risa,
supongamos que sí, que somos héroes
libertarios montando barricadas
desde el cuarto de estar
entre el reflejo sepia de aquel tiempo,

sigamos convencidos que no hay nadie
tan honesto, hagamos
bandera de la ética y el puño,
luego pongamos la tele, es la hora
de cambiar el canal a la vergüenza,
tomemos la cerveza
como quien toma las calles y las plazas,
todo está bien, y la conciencia
                                                                se relaja mejor haciendo zapping.

Premio XXX Certamen Manuel Vázquez Montalbán, S. Fdo. de Henares, Abril 2014

martes, 29 de abril de 2014

Que hubiera elegido susto...



                  ¿Susto o muerte?, conminó, en su tono  más agrio, el Gran Inquisidor, ante la apatía de los restantes miembros del solemne Tribunal.  El reo titubeó, presintiendo acaso un destino tan incierto como su respuesta. Hereje a su pesar, ignoraba aún que se hallaba ante la casilla trampa del entonces popular Juego del Santo Oficio.
         Segundos después, el infeliz había perdido la partida. Que hubiera elegido susto, murmuró Fray Tomás de Torquemada mientras perfilaba su rúbrica divina sobre el tablero oficial de la condena.
        Que hubiera elegido susto…  Una buena partidita, así lo había aprendido en el Seminario Intensivo de Teología Aplicada, resulta el complemento idóneo para el rezo de Vísperas. Amén.

martes, 22 de abril de 2014

Plan para mañana

                 Dejo aquí el resto de Plan para mañana, texto premiado con el Albert Jovell de poesía. El inicio lo colgué en la anterior entrada.


(...) Tomaremos algo en cualquier bar,
siempre te gustaron las raciones
a compartir, las tapas
que recuerdan sabores de otro tiempo,
yo pagaré esa ronda
como quien quiere saldar alguna deuda.
Brindarás, mirándome a los ojos,
buscando tu reflejo en mis pupilas
                                                         (ellos creen observar en tu interior
                                                          las placas de tus sueños aún posibles),
y beberás de un sorbo la esperanza
que cabe en una caña de cerveza
como si tanta espuma
te hiciera de verdad estar aquí.


Y poco más, te irás desdibujando
a medida que cruzo los pasillos,
tu habitación, tres cifras
marcadas al azar, es la frontera
ahora lo sé, para las aventuras
que compartes conmigo sin moverte.
La enfermera dirá que estás tranquila,
que descansas, repite,
en esa cama donde hace meses ya
libra tu cuerpo una batalla inútil,
                                                         (ellos confunden la enferma allí tendida
                                                          con tus múltiples vidas junto a mí).

           Luego saldrá, nos dejará allí, solos,
           recordando de nuevo
           escaleras, y bares, y autobuses...
           Elegiremos el plan para mañana
           -quizá sea el momento de ir al cine-,
            y me sonreirás, es nuestro secreto,
            porque los dos sabemos
            todos los mundos que hay, estando aquí.

           
         

martes, 8 de abril de 2014

ALBERT JOVELL, mucho más que un premio

             Sevilla, finales de marzo. Llueve en el Alamillo y recibo el premio Albert Jovell de poesía. Me lo entrega Dolors, su viuda, embargada de sensaciones, embargada de Albert. He compartido toda la mañana con Luis García Montero, un tipo capaz de resultar normal en los tiempos que corren, no encuentro mayor elogio. He aprovechado el fin de semana para compartir café con Sofía Serra, terraza con Pepe Quesada, y han asistido a la entrega las gentes del Carambolo (Rosa María, Isabel y sobre todo Edith, que arrastra su inmenso dolor y, aún así, se muestra abierta y generosa). He compartido asimismo Cristo del Cachorro -y fino- con Isolda y Catherine, que coincidieron allí.
             Recoger un trofeo literario es una ceremonia que puede devenir en ritual vacío. El Albert Jovell ha sido, muy al contrario, una explosión de humanidad, de compañía, de emociones. Premiado con mucho más que un premio, dejo aquí el inicio del poema ganador, Plan para mañana. Otro día pondré el resto. Gracias, de esas interiores, a todos.


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        Saldremos en silencio de la casa
de camino otra vez al hospital.
Tú  apagarás la luz
como es costumbre, yo me preguntaré
si se apagan igual las vidas que las luces.
Luego, segura de volver mañana,
girarás la llave hacia el futuro
                                                     (ellos confían poco en el futuro,
                                                      ese pronóstico siempre reservado)
y tomarás mi mano
como si bajar conmigo la escalera
te hiciera de verdad estar aquí.

Cogeremos el bus, y buscarás
asiento lejos de la ventanilla,
hace tiempo que ya
no te apetece ver la vida afuera,
(como si no pasara), yo creeré
que te molesta el sol más que la ausencia.

Entonces, convencida
de que cualquier parada es tu destino,
pulsarás el botón de los anhelos,
                                                     (ellos ignoran que existan autobuses
                                                      por estos barrios siempre desolados)
y bajarás despacio,
tan feliz, como si pisar la acera
te hiciera de verdad estar aquí    (...)
                                         

martes, 1 de abril de 2014

VIVIR FUERA DEL TEATRO


                      La pantomima con escenografía de tragedia épica en que se había convertido aquella parodia de su propia vida, le forzó a una dramática interpretación que –dado su expresivo oficio sobre las tablas- alcanzó a disfrazar de comedia de autor con tonos de sainete costumbrista.
                 Siempre le habían considerado -por su artificioso lirismo de dicción clásica y su ensayada tendencia al absurdo- el actor idóneo para protagonizar aquella especie de farsa a sesión única. Gesticulaba, transmutado en mimo, perpetrando burlescas astracanadas entre el patio de butacas.
        Cuando, en una insólita interpretación de sí mismo, hizo mutis en mitad del entremés, nadie supo apreciar desde la platea qué tipo de obra (qué tipo de muerte, en su caso) estaba representando. En consecuencia, el esperpento triunfó. Obtuvo un gran éxito de crítica y público, suficiente para huir entre ovaciones por la tramoya del Olimpo escénico.
              Contiguo al escenario se encontraba el camerino para  desmaquillaje de imposturas. Abrió la puerta, se quitó la máscara, desertó para siempre del melodrama. Vagó, debutante por los ensayos, como un novel actor de entreacto. Para él, primera figura en el libreto de la nada, jamás se volvería a levantar el telón.
              Ahora representa sesiones dobles en la barra del ambigú.  Vive, al fin, fuera del teatro.


martes, 18 de marzo de 2014

La inquilina (variaciones en la aproximación a una rareza insoportable)



                    En algún momento de su vida, quizá durante la imprecisa juventud, se le infiltró una idea. Ocupa, desde entonces, su cerebro. Dirige sus pasos, ordena el trastero de su existencia. Le hace infeliz, sin duda, en ese mundo rebosante de felices seres sin ideas.
         También le hace peligroso, entre tantas mentes inofensivas. La autoridad le controla a distancia. Él sabe, y acaso espera, que un día le obligarán a pasar por el quirófano para extirpar esa patología al acecho, la imprevisible amenaza entre neuronas.
            Pero la peor pesadilla siempre está dentro. Su idea, vengativa y cruel como corresponde, le aborrece. Torna su vida insufrible, le amarga los días sin disimulo. Proyecta en secreto abandonarle, aprovechando un rato de lectura, la digestión de una fabada, el partido de fútbol a media tarde.
             Parecería que la intrusa alberga, a su vez, otra idea única: desinstalarse para siempre de su opresor, diluirse en el escepticismo, en el vacío, incluso. No soporta la rareza, esa lacerante diferencia del ser donde habita de inquilina.
                        Probablemente -las especies en extinción son así de gregarias-  tampoco soporta la soledad. 


lunes, 10 de marzo de 2014

De amor y cerraduras


                                                                Parece que vinieras de una casa sin nadie
                                                                                      (Ángel García López)


Quizá el amor sea esa puerta abierta
a la que el tiempo añade
cerrojos oxidados.
                               Hoy te vi
y apenas pude ya reconocerte,
nada nos pertenece
en esas latitudes que frecuentas,
excavadas las cuencas de tus sueños
entre la ingravidez
de un recuerdo huido y ceniciento.


A pesar de todo, quise entrar
-el pasillo hacia ti seguía abierto-,
sentí tus pasos leves
recorriendo de nuevo aquellos días…

Cierra la puerta, dijiste,
y me besaste,
                     desde dentro
amar  no necesita cerraduras.


Accésit  Urb. Mediterráneo, Cartagena. Marzo 2014

martes, 4 de marzo de 2014

NICOLÁS MULLER, mirada en tránsito

                 
                       Me llamo Nicolás, soy húngaro, y miro. Mis ojos comienzan a reflejar asombro ante ese desolado universo que me rodea. Miseria de campesinos, sudor espeso en manos aradas, hambre que va anegando un pueblo resignado. A los trece años, por mi “bar micvah”, alguien me regala otra mirada, una ICA 6x9 de placas, mi primera máquina de fotos.

          Me apellido Müller, soy judío, y observo. Ni las callejas de Montmartre ni las cuestas de la Alfama son ya refugio seguro para mi vista. El poder considera el objetivo de mi cámara un arma mortífera. Ser judío no es mi única condena, dejar imágenes  de la dolorosa realidad es un delito mayor, imperdonable. Huyo, otra vez, sin entender el absurdo que acecha al otro lado de mis lentes. Me extirpo la diéresis, ese símbolo que recuerda los ojos del horror.

                Me llamo Nicolás Muller, soy apátrida, y descubro. Por los callejones de Tánger el universo muestra todos sus rostros, la colorida imagen de las cosas. Por mi visor transitan figuras sin enfocar, velos que desvelan interiores, gestos indecisos al filo de la luz. O de la sombra. Hay algo que late ahí fuera, y el diafragma de mi Rolleiflex puede modular el ritmo de ese latido, extraer su esencia cotidiana. Empiezo a comprender.
     
            Ignoro ya cómo me llamo, soy quien no ha sido, y veo. Veo, al fin, en este valle asturiano. Justo ahora que casi he perdido la vista y los recuerdos. Desencantado de palabras desvaídas, pero comprometido con mi sed interior. Escucho, ahora escucho. Música clásica y el rumor del Cuera. La sinfonía de verdes que me ofrece la tierra difumina este tránsito al olvido.             
        
           Dejo, para alumbramiento de otros ojos vírgenes, mi mirada. Huérfana ya, sin nombre ni apellidos. Mostrando al dorso de su pasaporte esa huella imprecisa de la vida.
     


(En memoria de Nicolas Muller, fotógrafo de la luz. Orosháza 1913-Andrín 2000)          



martes, 18 de febrero de 2014

La reflexiva soledad de Polo



   No podrás comprenderme si te digo
   que estoy a punto de morirme y solo

             Son versos de Leopoldo Alas (Mínguez), nombre que evoca a su tío abuelo, aquel de la Regenta. Conocí a Leopoldo en los desmayados veranos de nuestra adolescencia en Riaza, cuando la vida aún escondía promesas. Polo (así le llamábamos) siempre fue un chaval intuitivo, lúcido desde prismas diferentes. Alguien que miraba la vida en oblicuo, probablemente.
          Nos separó el tiempo, las miserias cotidianas, la inconstancia de los días.
           Años más tarde, alguien me trajo, dedicado con evocador cariño (y con idéntica memoria estival), uno de sus libros publicados. Lo reconocí, Polo, aquel precoz conocimiento de sus doce años. Ambos nos habíamos doctorado en desencantos. 
            Murió poco después, también en verano. Tuvo, y pongo aquí toda mi mohosa ironía, unas sentidas exequias. Funeral multitudinario, reseñas periodísticas, páginas in memoriam…
        
              Pienso ahora, en la madrugada de un sábado a destiempo, acerca de su anterior muerte, la reflejada en esos versos. Un solo sorbo de café y demasiadas preguntas. Demasiadas.
¿Dónde vagaban entonces quienes luego asistirían con gesto lacrimoso a esa parafernalia de pésames y abrazos?
¿Cuántas veces puede morir uno sin morirse?
¿Pude haberle llamado y charlar con él como aquella vez bajo el castaño de Indias?
¿Hubiera significado algo, a estas alturas, ese perplejo diálogo de moribundos?
¿Solo es palabra grave? ¿Ya no se acentúa?
¿Podría alguien comprender si le decimos…?
              Observo los posos al fondo de la taza vacía. Puede que ahí flote alguna de las respuestas. Cada vez más amargo, el café (solo). La sabia, la distante, la reflexiva soledad de Polo.

              Envié este texto privado la semana pasada a un entrañable (sale de las entrañas) amigo. Para él sigue siendo, por supuesto. Días después lo comparto aquí, como memoria de Polo, y de su soledad. Que es, letra arriba o abajo, la soledad de ese amigo, la mía también. La de cualquiera que se atreva a mirar, a mirarse.


martes, 11 de febrero de 2014

Levitación, o no

               

               
                  Confiesan mis amigos, con pudor,
que algunas madrugadas
me han viso levitar a palmo y medio
de la realidad.
                        No los escucho,
solo faltaba ya, que a estas alturas
del siglo veintiuno en mis costillas,
me quisieran subir a los altares
como un idealista.
                              Además,
sospecho que es el vino
o algo de insensatez lo que me impulsa
a creer que es posible
desnudar  la vida.
                               (Y que aún me excite).


martes, 4 de febrero de 2014

Chándal en la memoria



                      A Tomás le conmovía la barriga levemente elíptica de aquel chaval, el abandono flácido del elástico sobre la cintura del chándal. Se detenía, Tomás dentro de su traje impecable, mirando al muchacho gordo, frente al escaparate que exhibía repuestos para bicicletas. Observaba aquel cuerpo oscilante, su vaivén de músculos en fuga, los inversos pasos del tiempo hostil en esas piernas que marcarían para siempre las diez y diez.

             Al principio lo veía pasear con la abuela, un amasijo de retales negros sobre arrugas en desbandada. Tiempo después, era la madre quien lo acompañaba, quizá la abuela había partido de viaje. La madre tenía un gesto resuelto, propio de quien suele ocupar a la carrera el asiento libre del bus. El chico, sin embargo, mantenía una dignidad de perímetro al sol, como los tentetiesos que Tomás detestaba en su infancia.

           El día previo al retorno ensayó la prueba decisiva. Se detuvo junto al escaparate de repuestos para bicis. Cuando se cruzó con el adolescente en chándal, Tomás fingió un desvanecimiento. Se oyó pedir auxilio a la madre. Eso sí, sin acercarse a aquel individuo que tanto la perturbaba.

              Mientras un transeúnte le tomaba el pulso, Tomás alcanzó a ver al chaval, quizá por última vez. Tensaba con indiferencia el elástico del chándal, sin vislumbrar su porvenir de tipo serio, algo fondón pero elegante. Un tipo que se desvanecía de pronto, bajo los soportales, cuando no era reconocido por su propio ayer en chándal.

martes, 21 de enero de 2014

Imprescindibles

                                       
                                    Vio, y ayudó a ver, en aquellos tiempos de oscuridad obligatoria
                                           (Galeano, a propósito de Galileo. Extraída, precisamente, de su libro Espejos)

              Los amigos, la familia, algunos seres vagamente amados… Esencia de otredades pulverizada en espray sobre las cuarteadas axilas de nuestra existencia. La vida sin ellos –aseveran los manuales- resultaría incompleta, un puzle con las piezas desencajadas. Por pura cobardía, admitimos el axioma de su imprescindibilidad.
             
              
             Aceptémoslo, son necesarios, además de convenientes. Aunque no tanto por su función como por su ubicación: la latitud exacta de nuestra miseria.
            
             Los otros, ese infierno sartriano, siempre en medio. Se interponen, y eso nos salva, entre nuestra mirada y el espejo.


martes, 14 de enero de 2014

Genoma común



                                             Hay en mí un vacío atroz, una indiferencia que me hace daño   (Camus)


Vivir era sencillo, entonces.
Dividíamos el mundo
entre buenos y malos,
ricos y pobres, indios y americanos.
Todo encajaba, y los verdugos
tendían su conciencia
a orear en la soga del ahorcado.

Envejecer supuso
niveles altos de glucosa en sangre,
alguna cicatriz, y sobre todo,
intuir que en el cajón
donde se deshilaba nuestra historia,
Robin Hood era un sicario
que cobraba su mezquindad en negro.

Lo peor del tiempo era
su pátina que sepultaba estantes,
ver el polvo anegando
esa tosca embriaguez de barricadas,
el genoma común de la impostura.

Envejecer supuso
adivinar, aunque fuera ya tarde,
el rencor que subyace en la ignorancia.
Saber que en el baúl
de los juegos no quedaban ya indios
ni vaqueros, tan solo soldaditos
con el alma de plomo
y el gesto del vacío en la mirada.


Pretendía hoy señalar que, con el Río Ungría de la Diputación de Guadalajara y el Dolores Ibárruri, de Gallarta, recibidos en diciembre, se cerró mi esperpéntico carnaval de oropeles literarios dosmiltrece. Glorias y miserias, aquello de lo social, el talibanismo de café y wasap… Una cosa llevó a otra, y me atracó este texto sobre la caducidad de las categorías. Verdad, justicia y lucidez pisoteadas, entre quienes dicen defenderlas, con más saña que la empleada por aquellos que siempre las ignoraron. La cercanía atroz de los opuestos, especie de Janos anclados por la estupidez y la intransigencia. Todo discurso al respecto se podría resumir en una errática mueca de estupor, un perplejo signo de interrogación. 

martes, 7 de enero de 2014

OJOS

                                                                                                 ...el ojo arrodillado en la ventana
                                                                                                                                    (Juan Bello)   
        
             Estudié oftalmología. Pretendía desentrañar los secretos del ojo de las cerraduras, descubrir esa ganzúa mágica capaz de horadar todas las puertas.
        Me extravié, la vida es así. Acabé enredado, hilo siempre fuera del ojo de la aguja, perplejo nudo entre la terquedad del tiempo y la esperanza de remendar imposibles.
       Viajé, la mirada virgen. Desde mi soledad de ojo de buey, intuía el oleaje que acabaría por llevar a pique aquel crucero de ausencias, la agónica brazada de un navegante sin isla ni espejismos.

        Ahora uso gafas. Puesto a ver (a ver, por fin), me he introducido en el ojo del huracán. Apostado en mi presbicia, oteo el viento devastador. Viene hacia mí, enceguecido. Destruye todo a su paso, ese vendaval de soledad que los meteorólogos de las emociones llaman vida.
    

martes, 31 de diciembre de 2013

Con A de Ana (Montojo)

Despedir con la A un año que intentamos sobrevolar,

Ese fracaso que nos sobrevuela,
la sensación de no ir a ningún sitio
donde alguien nos espere,
tu soledad, la mía, los dos solos
cada uno en un mundo lejanísimo.


No son versos ni soledades mías (ya quisiera), sino de Ana Montojo, de su atrevimiento,


Hoy, me atrevo a decir que te han amado
como una ensoñación, como una huida
como la única forma de vivir
o de sobrevivir a la tristeza.




superviviente del sinsentido,


Todo tuvo un sentido cuando entonces,
cuando redecoramos nuestra vida,
cuando nos envolvía
la cálida belleza de los sueños;
pero ya no,
ahora se han secado los geranios
todo lo cubre el polvo y la amargura
nuestras cosas
se han vuelto trastos viejos sin oficio,
inútiles objetos testigos del desastre.
 

Tengo las alas rotas pero voy a volar
sin lastres ni cadenas.


lo cotidiano, ella misma entre ruinas o lodazales, 

Tengo que descubrir entre las ruinas
la esencia de mí misma
no es posible que se haya diluido
en el agua estancada de mis lágrimas.


                             como si mordiera la vida, como si mordiera,

                                         No quiero tener ganas de morirme,
                                               tengo mucho que hacer
                                               para perder el tiempo en victimismos
                                               voy a seguir en pie
                                               con la mirada puesta en un futuro incierto
                                               y enseñando los dientes a la vida.


Ana, a este lado del futuro incierto, mirando (de frente, claro),

Mirar de frente es mucho más cómodo
que mirar de reojo o de costado,
duele menos el cuello y la conciencia
aunque ocurre que a veces
una se queda con el alma al aire
y se muere de frío sin remedio


entre el frío y la muerte de aquellos, de estos, de todos los días...

Porque hay días que no sólo se pierden
sino que matan otros muchos días,
los que vienen más tarde
y ya nacen enfermos de rabia y de tristeza.


Ana Montojo.    http://elhumociegamisojos.blogspot.com.es/